Habrá άπορος-φόβος en la iglesia Cristiana?


APOROFOBIA. Esta palabra tiene su origen en los términos griegos áporos (pobre, sin recursos) y fobos (temor, rechazo).

Aporofobia define el miedo o rechazo a los pobres o desfavorecidos.

Hoy en día hay muchas congregaciones que se identifica en la búsqueda del bien y el placer, una “cultura de bienestar” esto tal vez esté haciendo que desviemos la atención del dolor y la pobreza.

De la indiferencia a la injusticia
La filósofa española Adela Cortina. Hace las siguientes preguntas:

¿Estamos realmente viviendo situaciones tan distintas a la que nos relatan los evangelios de hace dos mil años?

¿Fueron responsables únicamente quienes cerraron las puertas de sus casas a José y María antes del nacimiento de Jesús?

¿Fue Herodes el único culpable al ordenar el sacrificio de todos los niños?

¿No les parece que también tuvieron algo que ver quienes, con su silencio y falta de acción, permitieron de manera indirecta que la injusticia siguiera su rumbo?

Tampoco se trata de juzgar o condenar, sino más bien promover a la reflexión sobre los tema que en el día a día vemos en nuestro entorno y que muchas veces, nos hacemos del ojo pacho.

El cristiano es llamado a contemplar la dignidad de todas las personas, especialmente de los más perjudicados y ahí es donde viene la siguiente pregunta:

¿Estamos haciendo el papel que nos corresponden al lado de quienes viven en situación de indigencia o desdicha?

Dios con un corazón más sincero.
Considerar al otro un verdadero hermano
Volver a lo fundamental: el mandamiento del amor

Hablo particularmente de la gran mayoría de personas en el mundo que hoy son víctimas de la injusticia, quienes viven en la línea de la pobreza o la miseria, con salarios precarios, quienes escasamente tienen acceso a una educación de dudosa calidad y a servicios de salud deplorables con escasos recursos. Hablo de todos aquellos oprimidos y explotados, quienes pese a todo esto deciden jugársela para hacer lo mejor por sus familias cada día, para dar lo mejor que tienen. Aquellos que como José y María huyen de sus países en busca de ayuda.

Todas estas situaciones favorecen el aumento de las brechas sociales y de las enfermedades físicas y mentales, mientras que una minoría se aferra al poder como instrumento de opresión social y económica usufructuando de la manera más codiciosa el trabajo de sus hermanos. Esto puede ocurrir en cualquier partido político, en cualquier contexto social y en cualquier denominación religiosa. Lamentablemente sigue sucediendo frente a nuestros ojos, que parecen estar cada vez más anestesiados e indiferentes frente al sufrimiento de los demás. Nuestra sociedad tiene cada vez más aversión a los desfavorecidos, olvidando el principio básico de reconocer en el otro la dignidad que tiene como ser humano.

Nací en un país donde nos acostumbramos a las noticias violentas, donde cada día los titulares están plagados de noticias amarillistas, donde ya ni siquiera las muertes violentas nos sorprenden, porque se han hecho parte de la cotidianidad. Sin embargo, siendo parte también de un mundo más globalizado, veo cada día con profundo dolor noticias horribles sobre millones de desplazados a causa de los conflictos en países como Siria, Afganistán, Sudan del Sur, Somalia o Venezuela. Donde huir se convierte en la alternativa para sobrevivir o buscar un «mejor futuro», aunque esto implique muchas veces hacerlo de manera ilegal o arriesgar sus propias vidas. Todo esto tiene connotaciones muy graves y consecuencias que aún no podemos medir.

El Espíritu santo no moviliza un desborde activista, sino ante todo una atención puesta en el otro considerándolo como uno mismo. Esta atención amante es el inicio de una verdadera preocupación por su persona, a partir de la cual deseo buscar efectivamente su bien. Esto implica valorar al pobre en su bondad propia, con su forma de ser, con su cultura, con su modo de vivir la fe»

Sabemos que la invitación de Jesús se resume en una sola palabra: amor. Basta con leer un poco en los evangelios, Jesús no invita a sus discípulos a reclamar lo que es suyo por la fuerza, por el contrario, Jesús nos invita a ser capaces de salir de nosotros mismos y de nuestras seguridades para ir al encuentro del otro, y no tenemos que viajar miles de millas para hacerlo, seguramente cada uno sabe quién en su propia familia está atravesando por una situación difícil (que muchas veces preferimos ignorar), o quién en su vecindario, trabajo o escuela está sufriendo y podría agradecer un interés genuino por ayudar.

Jesús nos invita a jugárnosla por el Reino, de manera sencilla, en la cotidianidad. Quizás el llamado particular de algunas personas ha sido único, como San Francisco de Asís o Santa Teresa de Calcuta, personas que han alcanzado a millones a través del servicio desinteresado. Ellos nos motivan a creer que el mundo puede ser un lugar distinto. Aun así, el llamado de Jesús es para todos, en lo ordinario, en nuestra vida, desde nuestra propia realidad, con quien está a nuestro lado, con aquel hermano que sufre.

Cuando escribía este post comprendí que, incluso con un pequeño detalle dado con amor a alguien que lo necesita, podemos hacer viva todos los días las palabras del apóstol Santiago: «Muéstrame tu fe sin obras, que yo por mis obras te mostraré mi fe» (Santiago 2, 18).

Recuerda que Cristo vivió en carne propia el desprecio, la indiferencia y la pobreza, como millones de personas que hoy son víctimas de la aporofobia. Anímate a ayudar a otros en este día con pequeñas obras, siempre habrá alguien al que podamos hacerle más ligera la carga.

Las noticias sobre crisis económicas, migratorias, y conflictos en lo sociedad nos tendrían que llevar a hacernos una pregunta: ¿que esta haciendo la iglesia cristiana por estas situaciones?.

Salvador Claros

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